Editorial: Escasez de materia (y no gris)

Desde junio, han sido varias las fábricas de automóviles obligadas a parar su producción. La crisis de los microchips afecta a la construcción de vehículos, pero también de otros productos –videoconsolas, neveras, patinetes, móviles…–. La cuantiosa electrónica que incorporan los primeros se relaciona con la gestión del motor –encendido, rendimiento, modos de conducción– o su seguridad activa y pasiva –ABS, ESP, airbags, control de crucero, control de tracción…–. Por no hablar del infoentretenimiento.

¿La causa de esta escasez en el suministro global de semiconductores? En parte, con la pandemia del Covid numerosos fabricantes de automóviles redujeron sus pedidos (eran lógicas sus expectativas de disminución de ventas). Si bien no se produjo la prevista caída en picado, la pandemia también confinó a estibadores y personal encargado de los envíos. A esto se suma la sequía en Taiwán (solo este pequeño país comprende un 54% de la producción mundial). Una fábrica típica de semiconductores utiliza entre ocho y catorce millones de litros de agua ultrapura por día. Y las elevadas temperaturas producen apagones, que afectan al proceso de producción.

Así, 17 fábricas de automóviles han parado su producción, empresas alquiladoras de coches han tenido que recurrir al VO para renovar su flota, y la situación podría prolongarse hasta bien entrado el año que viene.

A la lucha para conseguir los materiales de los semiconductores se une, además, la escasez de mano de obra cualificada –especialmente para montarlos–, consecuentemente, los fabricantes de chips no son capaces de atender actualmente la demanda y priorizan a qué sector se los entregan. El preferido ha sido la electrónica de consumo.

La solución a medio plazo pasa por no relegar a otros países, con otras prioridades geopolíticas, la industria de determinados componentes que se han demostrado como esenciales en la nueva movilidad. Lo disruptivo podría ser devolver estas industrias a Occidente.